Perfidia 2.0 - Ghoul: Adiccion Fatal
Las veces que me ha visto llorar
La perfidia de tu amor...
Alberto Domínguez Borras
Aprovecho el día, ese maldito día que impide que despiertes para hacer las cosas que me pides, sobrevivo con la impaciencia de un adicto en abstinencia, me abstengo de ti, trato de obedecer a esas necesidades banales como comer, respirar, defecar, sabiendo que algún día, si te place, yo no las necesitaré. ¿Quién quiere la luz del día si te tiene a ti como sol personal?
Regreso de la oficina cansado, sin saludar a nadie. Todos ellos creen que simplemente no me he recuperado de la muerte de mi familia, de ese horrible accidente, y me dejan partir en silencio. Yo prefiero que lo crean así. Que mi barba mal afeitada y la ausencia de vida social sean los escudos que me alejen de esa chusma aburrida que no merece conocerte
Llego a la casa (tu casa), y me siento en la salita del televisor, pero no puedo serenarme. El único medio de tranquilizarme un poco es bajar las escaleras, en silencio, y mirar bajo la tenue luz de una vela la transparente palidez de tu rostro, la pureza insaciable de tus labios. Te vez tan delicada, tan frágil e indefensa. Si alguno de tus enemigos llegara cuando no estoy, no necesitaría de mucho esfuerzo para acabarte. El pensamiento llega con un escalofrío. Mañana mismo instalaré un nuevo sistema de seguridad.
Incluso dormida eres provocativa, pero verte ahí es tan… devastador. ¡Muerta! No respiras, y bajo la luz de la vela te lloro, una vez más en este velorio personal que repito cada noche, hasta que despiertas.
Cuando abres tus ojos, un ligero brinco recorre mi cuerpo. No importa cuántas veces lo presencie, el milagro de tus ojos abriéndose es como contemplar la gloria de la resurrección. Cuando te levantes me arrojarás de nuevo contra el piso, reprochándome por hacer otra vez la tontería de espiarte dormida. Un solo empujó de tus dedos dejará en mí un fuerte cardenal, tal vez incluso te enojes tanto como la vez que me ordenaste ir desnudo a comprar leche como castigo. Y probablemente me niegues un día más el trago dulce de tu beso ensangrentado, la única razón de mi existir.
Me pregunto cómo es que llegamos a terminar de esta forma, y caigo en la cuenta: desde el principio fui yo el culpable. Esa noche mientras trataba de ahogar en alcohol mi soledad. Tú tan solo me miraste, seductora. Fui yo quien se acercó a ti, y sólo a ti. Te di mi corazón, y tú me diste tu sangre. Con el paso de las noches te elevé por encima de mi familia muerta, de mis recuerdos, de mi rota vida, incluso. Te convertiste en mi musa, mi estrella, mi diosa personal. Y no sólo te lo creíste.
Fuiste atrapada en esa adoración a ti misma que fue mi perdición. Devoraste mi corazón y te largaste, ávida de nuevos sacrificios. Te he convertido en un monstruo insaciable, un némesis para el amor que te profesaba, y que no es más que una sombra que demanda volver a los viejos tiempos. Pese a todo sigo aquí, como un perro faldero, necesitado de tu atención, acurrucado a tus pies aún a sabiendas de que en cualquier momento me lanzarás una patada, mientras seduces a otro incauto.
En ocasiones me pregunto si tu corazón es realmente tan frívolo, si siempre fuiste así, si tienes idea de lo que haces. A veces, incluso cuando te muestras cercada de atención, creo adivinar en tus ojos ese tremendo vacío que carcome tu alma y la de tus víctimas, y te tengo lástima. Ni siquiera doy espacio a la autocompasión.
Seguiré viéndote desde aquí, protegiéndote, satisfaciendo cada uno de tus caprichos, impedido para percibir el mundo si no es con tus ojos, buscando un remedio a tu narcisismo, pero en el fondo, tratando de hallar la cura a mi irracional delirio.
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