¿Porqué no está bailando?
Preludio para Changeling:The Lost
Mientras bailo no puedo juzgar.
No puedo odiar, no puedo separarme de la vida.
Solo puedo estar alegre y entero.
Es por ello que bailo.
Hans Bos
“¿Porqué no está bailando?”
Esa fue la primera idea que me vino a la cabeza en mucho
tiempo, tal vez meses, no podía recordarlo. La segunda idea fue la conciencia
plena de que no había pensado muy a menudo en bastante tiempo. ¿Por qué…? Ah.
La música. Tomé conciencia de mi pie balanceándose en el aire y recordé que
estaba bailando. La música había pausado, y yo, por tanto, había empezado a
pensar.
-¿Elisa?- Dejé la pista de baile con una ligereza
inconcebible, pero no me paré a preguntarme de dónde provenía- Ven, ¿por qué no
estás bailando?
-¿Hermana?- Lisa me miraba asombrada, como si me reconociera
después de mucho tiempo. Sus ojos asustados despertaron mi poco desarrollado
sentido de hermana mayor.
-¿Qué tienes?-le dijo mientras paso mis manos por su rostro,
consolándola- Deberías estar bailando, conmigo.
Noto su barbilla temblando. Su cuerpo parece débil, flácido.
Tan poco…decoroso. Después recuerdo que ella es mi hermana, esas cosas no
deberían importarme.
-Quiero ir a casa- me dice y puedo notar unas lágrimas
asomándose en sus ojos.
La abrazo contra mi pecho. Casa… la palabra resuena en mi
mente como un recuerdo a punto de ser recordado. Casa…
-¿Con mamá y papá?- le digo. Mamá y papá, puedo recordarlos.
Abrazos, leche tibia… los amaba, pero recordarlos es despegarse del mundo en
que ahora vivimos, y eso es doloroso- Yo…
La música vuelve a comenzar. El ritmo de un vals dulce y
triste me llama y mis pies duelen al no seguir las notas que arrancan del
violín.
Me integro a la danza. Mis movimientos son gráciles, y mis
pies se elevan con una elegancia sin par, como si mi cuerpo no tuviera peso.
Los rostros de marfil de mis compañeras emulan sonrisas de embeleso, y yo les
sonrío también, hasta que distingo a la distancia el rostro de mi hermana, que
parece sufrir una tortura sin par. “Si bailara no le dolería” me digo a mí
misma, y sé que es verdad, que su corazón ahora mismo debe estar palpitando, y
sus pies quemando como lava ardiente, porque eso es lo que se siente cuando
oyes esta música, y no bailas.
Elisa se limita a bailar en contadas ocasiones. Cuando
alguno de los Señores la toma en brazos y ella tiene que responder. Yo también
lo he hecho en ocasiones. Nada de lo que ahora hago se acerca siquiera a su
gracia sin par. Cuando te escogen como pareja sólo puedes pensar en seguir sus
pasos y hacerlo bien, y, sorprendentemente, pareces conseguirlo, pero ellos son
los que guían. Yo no me explico que ella no sea la prima ballerina. Yo nunca
fui tan buena y heme aquí, haciendo giros imposibles y saltos increíbles. Ella
siempre fue mejor. Cuando quise entrar a la escuela de danza, sólo me aceptaron
porque la vieron seguir la rutina. Yo luchaba por conseguir flexibilidad, y
ella levantaba sus piernas en hermosos arabesques. Apenas comenzaba con mis
puntas y ella ejecutaba fouettés. Eso desató una envidia y rivalidad eterna.
Por eso la espiaba esa noche, mientras practicaba en la barra de su cuarto y el
hombre del sombrero apareció…
-Por favor…- me susurra mi hermana escondida tras la
cortina, hace días que no la veía…ni me importaba. Justo ahora ejecutaba una
reverencia. Nunca había bailado tan bien. Y ahora yo era mejor que ella, seguro
por eso no baila. Ahora me miran a mí, y ella se consume por dentro-ayúdame…
Una punzada de culpa me recorre.
-No hay salida. Nadie se va de aquí-le digo.
-No es cierto -me dice- el del sombrero, ¿recuerdas?
Claro que lo recuerdo. Viene de vez en vez, trayendo a
nuevas adeptas para el cuerpo de baila. Toca su sombrero, desaparece. Nunca se
lo quita, excepto…
-Cuando bailen las mejores, y se quite el sombrero, lo
tomas. Vendrás conmigo, ¿verdad?
La miro como si estuviera loca, pero espero que no lo note.
-Si- miento.
Unos días después, el del sombrero llega. Yo no lo había
notado, estaba encantada en mi danza, tanto que cuando me interrumpió casi
rugía de enfado.
-Lo prometiste- me dijo, y yo apenada, la abracé.
Esa noche, bailamos sin cesar. Al son de esa música
invisible mis huesos y tendones luchaban por dar lo mejor de sí, yo sabía que
brillaba, mi cuerpo trabajado era una obra de arte, pero cuando terminé, apenas
hubo aplausos. Con una ligera envidia salí del escenario y tome mi lugar lo más
cerca que pude de los Señores. El alto sombrero resaltaba en la oscuridad del
público.
Las horas pasaron. Una a una, todas nosotras pasamos al
escenario, y deleitamos a nuestro público con lo mejor que teníamos. Pero los
Señores apenas se divertían, mirando con aburrimiento y desgano la mayoría de
las presentaciones. El show tocaba a su fin. El hombre del sombrero se
marcharía, y quien sabe cuándo iba a volver.
De pronto, el escenario se iluminó y la música del violín
volvió a tocar. Ahí estaba mi hermana. Se veía radiante, erguida en su vestido
romántico, la cabeza adornada por una tiara de plumas blancas. Reconocí la
pieza: la muerte del cisne. Sus ojos reflejaban una tristeza infinita, mientras
sus brazos se movían con una gracia y delicadeza sin par. Sus pies, parados en
punta sobre sus dedos desnudos, realmente flotaban sobre el piso, y su talle
esbelto parecía una rama de sauce agitada al viento. Juraría que cuando se
hincó con sus brazos cruzados sobre la cabeza, y descendió al piso, todos
conteníamos el aliento. Unas lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas, y
por las de muchas, incluyéndome. Al terminar, tras unos segundos de estupefacto
silencio, todos rompieron en aplausos. El sombrero cayó de la cabeza que
cubría, y rodó cerca de mis pies.
Lo tomé y me escabullí hacia los bastidores, donde esperé a
mi hermana. Elisa sonreía, agradeciendo con amplias reverencias mientras yo la
miraba, oculta, sintiendo que hacía algo malo.
-¡Elisa!- le susurré cuando por fin saliera del escenario
-Ahí estás, hermana- me dijo con un tono que me asustó-. Ven
conmigo. Me coronarán con flores.
-Pero… ¿y esto?- le señalo el sombrero
Sus ojos… sus ojos ya no eran como antes. Ahora brillaban y
sonreían, pero al fondo, eran dos oscuras lagunas. Era el rostro de mi hermana,
pero su alma se había perdido para siempre. Su sonrisa era hueca como una
cáscara. Era toda belleza y gracia, pero no podía sentir su corazón.
Los aplausos aún se oían tras el telón, pero un zumbido,
como de abejas enfurecidas, empezaba a taparlo.
-Pediré que toquen un vals, y tú me acompañarás- me dijo esa
cosa que había sido Elisa, y sus manos al tocarme parecían frías como
porcelana.
-No…- asustada, retrocedí un paso-
-Ya veo, estás enojada porque soy mejor que tú. Pobre
hermana…-sonrió y dio una pirueta- yo te enseñaré…
-¡No me toques!- grité, buscando una salida inexistente,
cuando los Señores y su Corte subía al escenario, mientras su enojo era
palpable.
-Ven…
Eché a correr sin saber a dónde, cuando recordé lo que traía
en mis brazos. Me puse el sombrero deseando que sirviera. Una mano enorme
empezó a jalarlo, aplastando mi cabeza, pero de repente desapareció. Me sentía
perdida. Mis oídos amenazaban estallar con una cacofonía ininteligible, y mis
brazos y piernas eran arañados y golpeados en el vacío.
Estaba en casa.
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El sol de la tarde caía sobre el tejado, y los brotes de las
hojas y las flores parecían alegres. En mis manos, aún tenía un trozo de
sombrero, lo tiré al jardín y corrí dentro de la casa. Estaba vacía. Subí los
escalones hasta las habitaciones, pero seguían intactas. Bajé a la sala y
entonces, comencé a percibir la diferencia. Había pequeños nuevos objetos, y
fotografías. Yo había crecido, y subido de peso. Mi hermana, había fotos de ellas en todas
partes, en la academia de danza, en recitales. Colgada de la pared, una
fotografía de estudio a cuerpo completo, en un elegante salto.
Había cintas caseras de los ensayos de mi hermana. Mis
entrañas comenzaron a hervir. Esas no éramos nosotras. Yo nunca habría dejado
de internarlo. Y ella, ella había sido mucho mejor. En la tarde, fue la primera
en llegar. Mala suerte para la falsa Elisa. No podía permitir que mancillara la
memoria de mi hermana, así que acabé con ella.
Su cuerpo era menos fuerte que el mío. Su belleza...no, mis rasgos estilizados a imagen de Ellos reflejaban una gracia tan similar... Si, de niñas éramos parecidas, aunque siempre fue mas grácil, mas fina, mas hermosa; pero ahora, ahora podía pasar con facilidad por ese muñeco de carne inútil que la imitaba. No, yo llenaría ese hueco. Yo haría lo que ella no podía hacer. Ocuparía su vida, la mantendría presente...hasta que pudiera sacarla de ese hermoso infierno, ese paraíso de dulce esclavitud, si alguna vez podía...
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