Platónica
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Los suspiros son aire, y van al aire…
Gustavo Adolfo Bècquer
Quiero viajar contigo una vez más. Quiero meterme a esa boca de lobo que llaman metro y sentarme junto a ti en el atiborrado vagón, mientras bromeas con nuestros amigos. Se que me mirarás como lo has hecho muchas veces, con tus ojos demasiado húmedos, y que te responderé con un “te quiero” que saldrá mudo de mi mirada. Y tú seguirás riendo, tan campante como siempre. Tal vez entonces te separes de la plática para comentarme algo que has estado pensando, o tan sólo para pedirme que defienda tu opinión sobre lo bonita que era tu ex. Entonces me morderé las entrañas y hablaré lo menos posible, reprochándote en secreto tu inconsciencia. O tal vez tenga mejor suerte, y hablemos de un libro, un programa, o de lo maravillosa que es la vida, me escucharás alegre, e incluso hasta tome tu mano, y tú estrecharás la mía, emocionado. Puede que así nos quedemos por una o dos estaciones, hablando de los amigos, del tiempo, de las clases, en fin, de cualquier cosa, noble o insignificante. Temeré soltar tu mano, y también seguir apretándola, porque sé que somos amigos, y porque significas demasiado para mí. Ni siquiera pareces intuir mi lucha interior. Dices que amar a veces significa dar sin esperar a cambio. Yo lo hago, aunque por eso mismo no te des cuenta.
Entonces llegará el momento de separarnos, una vez más. Yo tomaré otro camino y tú te irás por el tuyo, al otro lado de una ciudad que me parece un mundo. Me despediré de ti como lo hago del resto, me bajaré del vagón y veré el tren alejándose, llevándose una parte de mi alegría, de mi vana esperanza, porque sé que nunca me atreveré a cambiar las cosas, y tú nunca conocerás mi inconfesable secreto, que nunca me amarás. ¿O tal vez sólo es tu maldito miedo a perderme lo que nos obliga a alejarnos uno del otro?
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