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Mostrando las entradas de noviembre, 2009

Ese chango sí se acuerda

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Estaba en primer semestre de la carrera. De pronto, al entrar casi por equivocación a un centro comercial me topé con un anaquel revuelto lleno de libros, y el letrero de oferta: el increíble precio de liquidación de $18.50. Pro desgracia no llevaba dinero, peri pude juntar para dos títulos uno de los cuales platico aquí: "Memorias de un primate" de Robert M. Sapolsky. Este biólogo, afamado investigador de neurología y profesor en Stanford, nos cuenta las aventuras que tuvo a su paso por África en pos de sus animales preferidos: los primates. Su particular forma de narrar pasa de lo chusco a lo profundo, incluyendo una visión sincera de la vida en el África, con sus animales, su gente, sus costumbres y carencias. Habla de su contacto con la ciencia, qué es y porque es un científico, las motivaciones de su vocación y los desencantos. Él mira a los babuinos, y hablando de ellos vistumbra instintos que también constituyen a la naturaleza humana: la dominación, el poder y la frus

Erizos

...Abriéronse los ojos de ambos, y vieron que estaban desnudos... Génesis Extraño el sabor amielado de tus labios. Hoy, cuando me despedí de ti, no puede saborearte a mi gusto, ahogado como estaba en el mar de nuestras lágrimas, sólo pude darle adiós a a tu boca agridulce como un plato de comida cantonesa. Permanecimos abrazados, con el puñal del otro atravezando nuestra espalda, trémulos, odiando nuestra sinceridad. Odiando nuestro odio, aunque no debería llamarlo así. Porque sé que dentro de tí ese sentimiento no cabe contra quien tanto adoras, y que este amor tan profundo que te profeso me impediría guardar rencor alguno contra tí. ¿Será acaso que nos sumergimos demasiado uno dentro del otro, que no miramos las consecuencias? Vivimos ansiosos de descubrirnos en el otro, cortando, desgarrando sin piedad ni anestesia ese caparazón que cubre nuestros frágiles yos, de la crueldad de lo exterior. Nuestras almas no soportaron esa exposición al exterior que era el otro, y, avergonza

¿Por qué no te vas?

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Aun no me explico porqué no te vas. Entiendes mi deseo, mi ansia por acercar mis garras a tu suavísimo, terso, jugoso corazón. Lo sé porque siento temblar tus manos junto a mí, pálidas y sudorosas. Siento tu respiración, entrecortada, y tus palpitaciones, irregulares, frenéticas, deseosas de alejarse lo más pronto posible de su depredador. Deberías hacerlo. No puedes ocultar ese olor tan excitantemente delicioso que emana por cada uno de tus poros cuando te sientes amenazada. ¿Sabes? Me estoy conteniendo. No es sólo el peso de estas cadenas lo que me abstiene de devorarte. Si quisiera podría romperlas, tu aroma me daría la fuerza suficiente para levantarme y abalanzarme sobre tí. Ni siquiera gritarías. No me gusta ser violento y menos con criaturas tan tiernas. Me arruinaría la digestión. No. Para presas como tú prefiero ser sutil, silencioso, casi dulce. Es preparar un guiso especial. Como cuando ustedes hacen la cena de navidad. Es seducir a la víctima. Te acercas. Así, sin tocarl