¿Por qué no te vas?

Aun no me explico porqué no te vas.
Entiendes mi deseo, mi ansia por acercar mis garras a tu suavísimo, terso, jugoso corazón. Lo sé porque siento temblar tus manos junto a mí, pálidas y sudorosas. Siento tu respiración, entrecortada, y tus palpitaciones, irregulares, frenéticas, deseosas de alejarse lo más pronto posible de su depredador. Deberías hacerlo. No puedes ocultar ese olor tan excitantemente delicioso que emana por cada uno de tus poros cuando te sientes amenazada.
¿Sabes? Me estoy conteniendo. No es sólo el peso de estas cadenas lo que me abstiene de devorarte. Si quisiera podría romperlas, tu aroma me daría la fuerza suficiente para levantarme y abalanzarme sobre tí. Ni siquiera gritarías. No me gusta ser violento y menos con criaturas tan tiernas. Me arruinaría la digestión. No. Para presas como tú prefiero ser sutil, silencioso, casi dulce. Es preparar un guiso especial. Como cuando ustedes hacen la cena de navidad. Es seducir a la víctima. Te acercas. Así, sin tocarla, sólo lo suficiente para percibir sus olores, su miedo filtrado a través de la piel, la desesperada lucha de sus sentidos embotados por la fascinación, consumida por una curiosidad morbosa que lucha contra el instinto básico de asegurar la vida. ¡Ahhhh! Y esencia de rosas, como la tuya. Les da un gusto tan agradable...
¿Te vas? Haces bien. Es lo mejor para tí. No lo creerías, pero a mí mismo me entristece el destino de mis víctimas. Siento piedad cada vez que traspaso una garganta. Devoro cada cuerpo con un dulcísimo sentimiento de culpa. Tomo sus manos, pálidas ya, y lloro suavemente sobre sus pieles lisas y brillantes. A veces incluso me pregunto qué será de sus almas. Aunque ese no es un sentimiento consolador. Almas grandes puras, como la tuya, de esas que siempre persigo y que por más que lo intente nunca he podido probar. Aún cuando ataje rápidamente, cuando llego al corazón, todavía latiendo, su alma ya se ha esfumado. La carne nunca es suficientemente fresca que conserve ese sabor. Antes de irte, pequeña, dime, ¿a que sabe tu alma? ¿no lo sabes? es porque siempre has estado embebida en ella. Ya no la distingues porque es pate de tí. Lo comprenderías tal vez, si la echaras en falta, como yo. Pero no es algo que desee a nadie.
Mejor vete. El hambre de siglos se agolpa y despierta mis instintos. Pronto no sabré de mi. Incluso creo que tardaste demasiado. Aún cuando logres salir viva de mi celda. Al cerrarse esa herrumbrosa y chirriante puerta, aún cuando de alejes a los confines del mundo, el vacío de mi presencia ha sellado tu destino para mí.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Poesía Corpórea IV: Improvisando por la vida

El hombre: Amo y no esclavo de la Técnica

Ojalá nunca hubieras vuelto