Melancolía Compartida


En su solitario escritorio, el hombre mira hacia la ventana con expresión ausente. Se encuentra aquí pero en definitiva no quisiera poner un pie en este lugar. Tampoco sabe a dónde ir. Cualquier otro sitio en el mundo le es igual de gris y aburrido para él. No está triste, piensa. No. Hace tiempo que ha bloqueado todas esas emociones que por ahora sólo le hacen la vida más dificil de llevar. Tampoco está alegre. Digamos que sólo está, y eso es lo que cuenta. La piadosa insensibilidad de la que se apropia cuando entra en estos trances de inactividad es lo único que apacigua ese sentimiento reprimido de ansiedad, de saber que no sabe lo que quiere y que ha nacido en una época para la resignación.
Alguien se acerca. Suspira y trata de sostener las reminiscencias de su trance por que sabe que los sentimientos de fracaso y remordimiento lo atormentarán, con más fuerza por cada segundo que los ignoró.
Tiene que apurarse. Si no entrega el trabajo podría estar en problemas. Así que se dirige a la computadora como por inercia, abre su procesador de textos y tras unos instantes más de ausencia mental escribe:
No tengo ganas de escribir y no tengo manera de explicarlo.

No, ¿cómo podría escribir algo ahora, justamente cuando ya nada lo motiva y su existencia desesperadamente desapasionada es lo único que lo sujeta a sus posición actual?
Bien, la vida de ahera es buena. No debería quejarse, reclamar; eso está más allá de lo que debería ser. Pero está inconforme. ¿con qué? Ya no es ningún adolescente, ningun rebelde sin causa. No puede cambiar el futuro.
La vida le da todo, menos lo que necesita. Está solo. Sólo la nostalgia es compatible con esa tristeza de adentro. Entonces cuenta lo único que puede contar.

....

Epílogo
Miles de tristezas y nostalgias repetidas, cerradas herméticamente a la visión de otras realidades, leen con indiderencia el diario y se topan, casi inconscientemente, con la voz indiferente de un hombre que clama por lo mismo. El padre de familia lo lee, el estudiante, el desempleado, el que después se cubrirá con el mismo periódico, y una chispa se cuela dentro de su escudo. Están solos, pero acompañados en la soledad. No cambia la expresión de su rostro, pero recuerdan que alguien más vive prisionero de sus realidades. No cambiará nada, ellos (al igual que el autor indiferente a su exterior) seguirán con la misma existencia, vacía para el resto, pero pletórica de añoranzas que nunca verán la luz del sol. Este mundo, hecho de jaulas que cierran por dentro, ha sido liberado porque todas las prisiones se conectan a la misma melancolía.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Poesía Corpórea IV: Improvisando por la vida

El hombre: Amo y no esclavo de la Técnica

Ojalá nunca hubieras vuelto