Dos meses sin escribir

Dedicado a Susana-sensei,
con un fondo que suena
a la Shakira de los noventas
y a los Beatles tempranos.

Me estiro y retuerzo en mi silla tras intentar vanamente concentrarme, después de aproximadamente una hora checando correos y contestando tests inútiles del internet tratando de concentrar algo de mi atención.
En el reproductor de Windows Media suenan canciones tan tan cursis que nunca creí hacer una carpeta con ellas, ni siquiera descargarlas. No porque no fueran buenas, o no me gustaran, canciones que simplemente, no iban conmigo anteriormente.
Hasta hace poco voy cayendo en la cuenta de que mi vida, en ciertos puntos, ha sido acompañada por música. En especial en los últimos años, podría hacer un soundtrack para cada evento. Canciones que durante ese período resultaron fascinantes para mí y describían fuertemente mi estado emocional.
Es entonces que puedo rememorar mi era popera (lo admito) de la pubertad, la "pop punk" de PXNDX de la prepa, la etapa de Mago de Oz de recién empezada la carrera, la canción de Nigthswiming de REM para mi fugaz incursión al buceo, la divertida y desfachada época de Led Zeppelin, la optimista y pacífica de Jack Johnson y la profundamente depresiva y bluesera temporada de Janis Joplin, en especial con Little Girl Blue.
En fin, ahora eso ha desparecido. No encuentro motivo para contar cosas tristes. Algo que me autodefinía, debo admitirlo, era un pesimismo que, creo, se reflejaba en algunos de mis escritos, y ahora no sería sincero en mí.
Tal vez sea dificil de explicar cómo las cosas buenas nos pueden dejar en un limbo de pasividad absoluta. Sigo siendo yo pero no soy la misma, y pese a todo lucho por rescatar de la confusión aquello que sea rescatable por ahora.
Empiezo a entender que también hay una parte de mí que no es tan oscura, y la melancolía que a veces me carcomía por dentro se desvanece como una sombra hacia rincones donde no puedo, ni quiero, alcanzarla.
Poco a poco vuelvo a una normalidad que se acostumbra a mi nuevo viejo yo. Desempolvo mi viejo cuaderno de borradores y encuentro algunos planteamientos que nunca terminé, y descubro que me surgen ganas de, por una vez, terminarlos. Ya no tengo miedo a los finales. O al menos, ya puedo hacer frente a un final.
¿Será eso cierto? ¿Ahora puedo enfrentar mi miedo a lo definitivo? Lo intentaré al menos.

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