Un adiós de los tantos que debería haber dado, pero no he podido

Odio las noticias. Están ahí, en los mensajes diarios que llegan a mi celular, resumiendo en tres palabras un día en la vida del planeta, gritando cual blasfemos en los titulares de los diarios, y amargándome los programas cómicos con los cortes informativos.
No odio estar informada. De hecho, creo que es un punto necesario para mi contacto con la realidad. Por eso busco las noticias, pero a mi manera: de vez en cuanto una hojeada a la Jornada de Internet, uno que obro blog, y en ocasiones el buscador de noticias de Google. El verdadero desencanto reside en la oscuridad de las noticias, en cómo pasan incallables, cual predicadores del apocalipsis, heciéndonos temer y moviendo nuestros sentimientos hacia espirales de lástima sobre gente que no conozco y sobre la que normalmente no haré nada.
Fué por eso que no me enteré. Un día, simplemente volteé a ver la portada de una revista donde decían que recordaban a Germán Dehesa. Creo que van a decirme que cómo me pongo a escribir sobre el, si en el último año y medio se han perdido más grandes pensadores. No lo sé. Quizás, en primer lugar, porque enesa época me hallaba demasiado devastada por otras pérdidas, y también porque esos grandes (Monsiváis, Benedetti, Saramago) han influido en mi vida sólo en los años recientes. A Dehesa, de niña, lo tuve hasta en la sopa. Y eso es porque justo a la hora de la comida, podía escucharlo en su programa  Radio Redonda, criticar y opinar, incluso una ocasión llegamos a hablar al programa de radio. Nunca pude ganarme una entrada a La Planta de Luz, pues aún era menor de edad. Lo que más me gustaba, era la cápsula cómica de "Las Nauyacas", y de vez en cuando, leer su columna en el periódico.
Germán fué mi primer acercamiento a los pensadores. Era, en su programa, un crítico, amante de las palabras, eso lo recuerdo bien. Una vez platicó que al cumplir seis años, le regalaron un diccionario de consulta, y al no saber cómo se usan los diccionarios, trató de leerlo completo. Descubrir que un pensador es una persona común y corriente, que ríe y bromea fué el primer paso para sentir curiosidad por ellos.
Tras años de seguir su programa, en el 2004 entré a la vocacional y mi hora de la comida se recorrió unas cuantas horas. Dejé de ser asidua a su programa pero de vez en cuando tenía noticias sobre él. Conocí a Gabo, a Monsi, a Cortázar, y me empecé a descubrir a mi misma. Como remate, durante las elecciones del 2006 emitió opiniones que me parecieron contrarias a la realidad, él siempre había criticado a los políticos, pero esta vez sentí que había tomado una postura incorrecta. Me decepcionó.
De entonces a la fecha, las noticias que me llegaron de Dehesa fueron pocas y a cuentagotas. El se veía más "gastado", pero seguía aquí y allá, metiendo cuchara en donde pudiera, tal vez, desde una cómoda distancia.
Ahora que se fue, he buscado su última columna, no fue una despedida en forma, el no esperaba (como nadie quiere hacerlo) que la vida fuera a írsele. Recordé el estilo de fina y pacífica ironía que lo caracterizaba al hablar, pero sobre todo, al escribir. Era un buenazo.
Se dice que a los muertos se les perdona todo. Cierto es. Ahora preferiría que  estuviera vivo y yo, aún niña, me riera con él mientras me acabo la sopa de fideo. Con un mundo amplio e inocente que descubrir, con todos mis seres queridos conmigo. Pero basta de nostalgias, uno podría seguir viviendo de recuerdos, y de añorar lo bueno del pasado, pero hay cosas más grandes en que pensar.
La tristeza es molesta, pues es, como el bien dijo: "ponerle luto a mis palabras y no sacarlas a pasear para que se asoleen". Esa es su última lección para mí. Aprender a pasear las palabras.
Gracias, Germán. Y donde quiera que estés, sigue dando lata. 

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