Rumpelstiltskin

Reinterpretación del cuento ambientada en el juego de Rol "Demonio: La Caida".

– No me queda nada que darte. – respondió la muchacha.
– Entonces prométeme, que si te conviertes en reina, me darás tu primer hijo.
Hermanos Grimm– 


Primer día.

He vendido a mi hijo a cambio de mi vida. ¿Qué clase de madre soy? Ninguna, soy una tonta. Pero, ¿qué más podía hacer? En ese entonces ni siquiera había nacido, y yo sellé el pacto en un parpadeo. No, yo no era una madre entonces. Ni siquiera habría podido tener a mi pequeño… sus ojos azules cuando me miran, no, el sólo habría sido el hijo de una pobre mujer… el pago casi era justo. Ahora no lo es. Vendí a un príncipe a cambio de una miserable molinera.

Ha pasado casi un año desde entonces, y no he dejado de temer por la vida de mi pequeño. No pueden decir que la culpa no me carcome, cada día de mi vida ha sido una tortura desde entonces, cada vez que la gente se inclina ante mí buscando mi aprobación, cuando paso un solo segundo con mi esposo, dentro de mí se forma un vacío. No, yo no merezco esta vida…

Los recuerdos de la noche anterior pasan por mi mente cual si fueran los presagios de un mal sueño: lo que siempre temí, se hizo manifiesto en el rostro deforme de aquél enano que traspasó los gruesos muros de mi palacio como si fueran una cascada de agua… lloré, grité, supliqué. Hice lo que pude, pero aquellos ojos negros no son humanos: parecen desconocer a piedad y el perdón. Mirarlos es como mirar un pozo al que han prendido fuego. Me dio miedo.

– Muy bien –me dijo antes de desaparecer, pero sus ojos mostraban más burla que piedad–, podrás conservar al principito con una condición: en el lapso de tres días deberás adivinar cuál es mi nombre. Si lo haces me iré y no me volverás a ver. Si no, me quedaré con el niño.

Tres días. Ni siquiera sé cómo lo logré. Miro con tristeza al suave moisés en que reposa mi hijo. Sus suaves manitas se apretujan contra las mantas que le rodean. Duerme como un ángel, Dios mío… ¿qué ente sin corazón arrancaría a un hijo de su madre?

Hoy vino. Le dije todos y cada uno de los nombres que conocía. Apodos, nombres inventados, sílabas al azar. Ninguno fue. Sólo se limitó a burlarse de mí y a mirar con avaricia la cuna de mi pequeño.

Seguro una vida de crueldad y dolor le aguardan a mi criatura. Mi corazón grita, pero mi mente me dice lo que tengo que hacer: si ese enano se quiere llevar a mi hijo, se lo llevará muerto.

Con lágrimas en los ojos, mis manos se acercaron temblando al suave rostro, sosteniendo una suave almohada de plumas. No, no sufrirá. Que Dios y su castigo pesen en mí, cargaré la culpa hasta el final de mis días, pero no dejaré que se lo lleve…

–¿…Majestad?

Han tocado afuera. No sé si para bien o para mal, pero han detenido la muerte de mi hijo… por ahora. Abro la pesada puerta de madera y veo frente a mí a Ludovico, cardenal, filósofo, sabio consejero de mi esposo, el rey, y mi único confesor…

–¡Padre! –seguro el nota que estoy llorando, pero me apresuro a inclinarme ante él y besar su mano. El me detiene, acariciando mi cabeza, con una sonrisa bondadosa.

–Hija mía, ¿Qué tienes?

Sus ojos me miran de una forma que no puedo comprender. Es como si mirara dentro de mí, y a la vez muestran cosas esperanzadoras, es ver dentro de él las puertas del cielo. Es un santo. No sé cómo pude tener la fortaleza para hablar con él, hace ya varios meses. Es el único que sabe la verdad.

–Ya apareció, se va a llevar a mi hijo… –frente a él no temo desmoronarme, es el único que me puede ayudar, si es que acaso alguien puede, de eso estoy segura.

–Hija mía… –el padre penetró a grandes zancadas por la habitación, hasta cerciorarse de que el Príncipe seguía en su moisés. Me hizo preguntarme si acaso él sospechaba lo que yo intentaba hacer.

Contra lo que creí, el padre Ludovico no mostró señales de angustia extrema, aunque su semblante se veía serio cuando le relaté lo sucedido.

–¿Cuánto tiempo?

La pregunta me tomó desprevenida, pero el padre Ludovico siempre sabe más cosas de las que se supone debería saber.

–Tres días. Tres días y… – no pude evitarlo, rompí de nuevo en llanto.

–Majestad –dijo el Cardenal, mirándome con una resolución que no era capaz de ver en nadie mas– Encontraremos el Nombre. Pero necesito una orden suya. Tendremos que hablar con el Rey.

___________________________________


Segundo día.

Ha sido designada una guardia para mis aposentos. Se supone que si veían al hombrecillo lo detendrían, pero ha sido en vano. Ha entrado a través de la pared, justo como cuando lo vi por primera vez, encerrada en esa habitación repleta de paja. Su cara contrahecha sonreía de forma malsana, seguro de su victoria, de la misma forma que un gato juega con un ratón ya muerto.

–¿Y bien? – Me dijo, burlón –¿Has adivinado ya?

Le di una lista completa, leí el santoral entero, un libro completo de nombres de moros y tierras lejanas. Nombres de hadas, incluso nombres inventados. Las sugerencias de los poetas y sabios. Fue todo en vano. Pero a cada nombre que menciono, el sólo se ríe y me dice:

–No es–

Mientras lloro abrazada a mi bebé, no dejo de recordar el gesto de odio y decepción en el rostro de mi marido. De no ser por la intercesión del Cardenal, seguro me habrían llevado a la horca. Ahora el me repudia. Al menos ya existe la orden real: “Aquel que descubra su nombre, será recompensado con una provincia”.

___________________________________


Tercer día.

Este luce como un día fatídico. Todos y cada uno de los mensajeros del rey, todos los súbditos, desde el campesino más humilde hasta el caballero más poderoso, todos han hecho una búsqueda, que al parecer, es infructuosa. El mismo Cardenal ha salido en la búsqueda, aunque ahora parece menos seguro de encontrar el nombre de la criatura. Antes de irse, me hizo contarle una y otra vez todas las veces en que vi al “enano”, aunque ahora estoy segura que es cualquier cosa menos humano, cada detalle contó. Desde el tono de la voz hasta la forma en que ese ser retorcía las manos. Cuando el padre Ludovico salió, así como sus mensajeros una sensación de soledad me invadió. Si él no lo lograba, estaba indefensa, y perdería mi hijo.

Todo el día y la tarde, los escribas del palacio se dedicaron a recopilar cada uno de los nombres que no había utilizado anteriormente. Filas interminables de súbditos dando todos los nombres que se les ocurrían en un intento de salvar a su futuro rey. Yo moría de la impaciencia.

Al caer la noche, el Cardenal volvió. Dijo haber conseguido algunos datos, lejos en un monasterio. Pero que no era suficiente. No logró sino hacerme temblar. No había esperanza para mí.

–Padre, ¿lo ha conseguido?

–Tengo algunas sílabas –Había dicho–. La mayor parte. Si consiguiera una más… el problema es que no consigo recordarlo…

–¿Faltan sílabas? –¿Adivinaba un nombre por sílabas? – ¿Y si intentara con todas las sílabas existentes? Alguna tendría que encajar.

–No funciona así –me contestó el Cardenal, impaciente–. Cada sílaba tiene un significado.

Me hizo guardar silencio. Ludovico siguió por horas, revisando libros y pergaminos. Maldiciendo en susurros (cosa que nunca había visto en un padre) mientras garrapateaba extraños símbolos y los tachaba, una y otra vez, hasta que el reloj hizo notar que faltaba poco para la medianoche. Pronto llegaría el vil enano, y no me podría defender. Alguien tocó la puerta, por un momento creí que sería él, pero recordé que no necesitaba tocar: traspasaría la pared. Era sólo un mensajero.

–Majestad –dijo el hombre cuando entró, tocando el piso con una rodilla– Tengo información que pudiera ayudarle…

Era un relato extraño. El mensajero, habiendo parado en un claro para descansar, frustrado por no haber encontrado nada que ayudase a la reina, divisó a lo lejos una hoguera. A su alrededor, un enano, deforme y triste, bailaba salvajemente imitando el baile de las llamas:

"Hoy tomo vino, y mañana cerveza,
después al niño sin falta traerán.
Nunca, se rompan o no la cabeza,
el nombre Rumpelstiltskin adivinarán.."


El padre se levantó, un brillo de triunfo se notaba en sus ojos.

–¡Ya lo recuerdo! ¡Es él!

De inmediato se puso a escribir febrilmente mientras murmuraba

–Debía haberlo notado, era tan obvio…

Las campanas de la torre dieron la medianoche.

–¡El príncipe! –Gritó el Cardenal, angustiado–.¡Corre! ¡El no debe verme! ¡Retrásalo mientras puedas!

Corrí a la habitación del príncipe, todo estaba a oscuras, a excepción de la vela que llevaba en la mano. Me asomé rápidamente al moisés y di un suave suspiro de alivio: el príncipe seguía ahí

–¿Y bien? –dijo una voz odiosa que ya conocía

Me di la vuelta. El enano se encontraba justo detrás de mí, se veía mucho más grande y horrible que como lo recordaba. Sus labios parecían fauces y sus ojos hogueras. Retrocedí.

–Aún no, demonio. Falta que adivine tu nombre.

–¿Demonio? –preguntó el enano, divertido– Aún no sabes de lo que hablas, molinera. Di mi nombre si no quieres que me lo lleve.

–¡Rumpelstiltskin! –contesté sin miramientos.

El enano se detuvo, inseguro. Por un ligero creí que había ganado, que él se retiraría.
Pero la ligera sorpresa se desvaneció de nuevo para ahora, sonreír con más profundidad.

–Estuviste cerca, molinera. Pero no lo suficiente.

La voz del enano pareció crecer en fuerza y profundidad, hasta hacerme caer de la impresión. Cuando alcé la mirada, ya no era un enano, su cuerpo era ahora infinitamente más grande, parecía fuerte. Sus tullidas piernas eran ahora musculosas y enormes, y su tez enfermiza parecía ahora negra como el carbón. Me miró, y esos ojos, si antes parecían hogueras, ahora mostraban al infierno en su interior, rodeándolo con venas de fuego y de tortura. Intentó tocarme con sus dedos, pero lo esquivé, temerosa.

–Apártate, molinera –dijo, y su voz era más atronadora que la que hubiera oído jamás–. El chiquillo es mío.

Traté de detenerle, pero me fue imposible. Con un golpe de su brazo me arrojó contra la pared. Intenté levantarme, pero la cabeza me daba vueltas, mientras todo se volvía difuso y dejaba de ver. Lo último que recuerdo es la puerta azotándose mientras el padre Ludovico entró.

–¿Tu? ¿Aquí? –gruñó el demonio con su voz atronadora.
Ya no recuerdo más.

___________________________________


El Cardenal pronunció el Nombre.

El demonio, sorprendido aún de su imprudencia, miró incrédulo al Cardenal

–¿Creías que eras el único aquí, Rumpelstiltskin? –tras mencionar el nombre falso, Ludovico empezó a reír.

–Te recuerdo, maldito, eres tú… Provocador de las Sombras, ¡Te recuerdo!

Ludovico caminó sin temor, como si saludara a un viejo amigo.

–El mismo en carne y hueso. O algo así –señaló su propio cuerpo– No puedo creer que fueras tan imprudente como para caer bajo mi trampa. ¿Adivinar tu nombre? ¡Ja! Me encanta como fanfarroneas, ¿creíste que nadie los ayudaría? Aún si te hubieras llevado al bebé hace tres días, no habría tardado en hacerte venir. Era cuestión de tiempo que adivinara tu Nombre, Rumpelstiltskin. Vaya mote más ridículo.

El demonio retrocedió, asustado.

–Tú no entiendes. No deberías ayudarlos. ¿Acaso olvidas lo que nos hicieron? ¿Cuándo nos dieron la espalda? Sacrificamos todo por ellos, y nos olvidaron. Se inclinaron ante la desidia de Dios. No merecen nuestra ayuda…

El semblante de Ludovico se mostró serio. Una cólera fría se mostraba en su rostro.

–No lo he olvidado. Eso no quiere decir que vaya a permitirte andar a tu antojo

–Ta traicionarán de nuevo, Provocador. ¡Te arrepentirás!

–No, no lo harán –Dijo el Provocador. Esta vez su sonrisa lució demoniaca. Ahora que nadie veía, se sentía capaz de mostrar su verdadera naturaleza– Esta vez quien traicionará, seré yo.

Rumpelstiltskin parecía de nuevo un enano deforme y enclenque. Sus ojos, desorbitados, mostraban un temor difícil de igualar.

–¿Qué pretendes, Provocador?

Ludovico, el Provocador de Sombras, sonrió malignamente y comenzó a caminar lentamente alrededor de Rumpelstiltskin

–Es muy simple. En esta Tierra ya no hay Dios. YO SERÉ SU DIOS. Yo tomaré el poder, restauraré el orden, MI ORDEN, y nadie desobedecerá. Los humanos serán castigados. Vengaré mi dolor. Pero para eso necesito seguidores. Demonios fieles. Por eso ahora tengo tu nombre. Tú me obedecerás, y serás mi esclavo. Ya empecé con la Iglesia. Luego será este reino. Pronto tendré Europa a mis pies. Y seguirá el Mundo. ¿Entiendes?– Y volvió a mencionar el Nombre.

Rumpelstiltskin se encogió, aterrado. Ahora ya no era su voluntad, el sólo quería criar un niño, esparcir sus ideales por el mundo, pero ahora tendría que obedecer a alguien más. El era poderoso, pronto habrían más. Llevarían a la Tierra a su Perdición.

___________________________________


Cuando la Reina volvió en sí, el Demonio se había marchado. El bebé yacía, tranquilo, durmiendo en el regazo de la Reina, y el Cardenal, sonriente, miraba desde una silla.

–Padre, gracias, muchas gracias de verdad

–No es nada, hija mía –contestó Ludovico, el Provocador de Sombras, dentro de su disfraz de padre benevolente–.Ahora que está todo arreglado, tendremos que pensar en la educación del príncipe.

–No hay duda de eso, quiero que usted sea su Tutor.

El Cardenal sonrió. Se le daba bien sonreír

–Es un honor demasiado grande para mí, alteza. Pero haré lo que pueda.

Las cosas iban bien. De acuerdo al plan. Nada lo detendría.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Poesía Corpórea IV: Improvisando por la vida

El hombre: Amo y no esclavo de la Técnica

Ojalá nunca hubieras vuelto