Cacerías II: Alone loco


-Alondrita, graciosa alondrita
Alondrita, te desplumaré.

No se me quitaba esa canción de la cabeza. Entre la oscuridad, comencé a vagar por las calles, buscando un pajarillo que se dejase desplumar...

No tardé mucho. Estaba ahí, recargada en una esquina, tratando de calentarse quemando basura y mirando a todas partes, desconfiada. Pobre pajarillo. Sus ropas me dicen que no tiene mucho tiempo en la calle. La delgadez de su cara y su mirada nerviosa lo confirman. Aún no sabe vivir en las calles, es muy inocente. Me acerco a ella con tranquilidad, sonriendo con mi gesto más cálido y tranquilo, y utilizando mi voz más suave.

-Ven, ¿te apetece una hamburguesa?

La muchachilla dudó un momento, pero mi sonrisa y mi voz, junto con el hambre que seguro la latigueaba, hizo todo el trabajo. Pronto estábamos los dos caminando por el Saint-Laurent hacia una pizzería que ella decía conocer. En su viejo barrio, antes de fugarse de casa. Fue muy fácil averiguar su historia. Se había fugado de casa tras descubrir que su madre no haría nada ante el abuso que su padrastro hacía sobre ella. Se encontraba triste y deprimida, eso era obvio. Tras una media hora de charla, ella terminó llorando en mi hombro, me dijo que quería ser una buena persona, que denunciaría a su padrastro, y que saldría adelante, costara lo que costara.

Me rodeó con sus brazos, fue una sensación extraña, nunca nadie había hecho algo así, ¿porqué se acercaba? me apretaba con su endeble cuerpo mientras seguía sollozando. Mi esternón empezó a agitarse, como cuando se infla para hablar o como alguna vez lo hizo para respirar.

Fuera, dentro, fuera, dentro, fuera, dentro. Pronto no sólo se hinchó, si no que empezó a salir un sonidito...

-¡Ja, ja, ja , ja, ja , ja, ja , ja, ja , ja, ja !

La chica se retiró un poco de mí, volvía a estar pálida y asustada. Qué adorable. La sujeté por la muñeca, haciéndole daño. Empezó a agitarse, tratando de golpearme con el otro puño. Criaturita, no podía hacerme gran cosa. Empezó a gritar, pero la calle estaba oscura y solitaria.

-Nadie te oirá, preciosa

Tomé ahora su otra muñeca, y con mi peso la jalé hacia mí. Empezé a morderle. El rostro, los brazos, sus piernas. Paralizada por el miedo y el éxtasis del beso, temblaba. Como un pajarilllo a punto de morir. Deliciosa.

Tomé mi cuchillo, abriéndome una de mis muñecas, y dándole a beber a la fuerza. Le gustó. Le dí el cuchillo.

-Ahora, córtame. -La chica vaciló -¡CÓRTAME!

Casi sin pensarlo, obedeció. Enterró el cuchillo, no muy profundamente, con miedo, en mi vientre. Gemí, de dolor y de placer. Volví a abalanzarme sobre ella, pero no pude evitar notar sus fuerzas disminuidas por la pérdida de sangre. Con una sonrisa perversa, empecé a lamerla toda, mordisco y lamida, por todo su cuerpo. La dejé gimiendo de placer.

Luego le ayudé a levantarse, mientras hacía un esfuerzo para curarme a mí mismo.

-¿Te gustó? -la alondra temblaba, asustada de asentir con la cabeza- Entonces, ten...

Volví a morderle, esta vez en el cuello. Después, sujetándola con ambas manos, la aventé al río. Su rostro lucía sorprendido, temeroso, como un pájaro herido. Como una alondra que ha perdido las plumas de las alas, y lo descubre justo al lanzarse al abismo. Gritó un poco todavía, pero el río se hizo cargo de ella rápidamente. Cuando no hubo ya nada que ver, tomé de nuevo el amino hacia el centro.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Poesía Corpórea IV: Improvisando por la vida

El hombre: Amo y no esclavo de la Técnica

Ojalá nunca hubieras vuelto