Cacerías III: Lo que dura la descomposición

Como siempre, es un placer cazar en esta tierra. Dicen que Montreal es como un manicomio con vista al algo, y yo le doy la razón. Todo tiene muy buen aroma, me inspira a dar lo mejor y más grande de mí, porque quiero estar tan loco como cualquiera de sus habitantes.

Hace tiempo que no se me ocurría, pero a lo mejor y me estoy volviendo bastante repetitivo. Todas las noches es llegar, cazar, alejarse. Los cuerpos, benditos cuerpos, ¿dónde quedan? Esta noche quiero dejar un recuerdo más ominoso que la simple abierta pudriéndose bajo las noches de la ciudad.

Camino como siempre entre las calles semidespobladas hasta llegar a un barrio mas... comercial. Aquí siempre hay presas fáciles. Vividores, borrachos, prostitutas. Demasiado fácil. Camino más adentro en la ciudad y me encuentro con una zona un poco distinta. Hay bodegas y tiendas, casi todas cerradas. Por la cuadra camina un guardia gordinflón moviendo su macana. Bingo.

-Buenas noches, caballero- le digo en perfecto francés. -¿Podría darme su hora?

En el momento en que se inclinó sobre su muñeca, lo derribé. Un par de puñetazos acabaron con la fofa expresión de su cara y comencé a beber de él, mordiendo su muñeca. Después de haberme alimentado , me dediqué a divertirme un rato. Las macanas esas son divertidas. Se la quité y le di unos cuantos golpes que rebotaron contra su carne blanda y su calvo cráneo. Pronto escuché sollozos saliendo de esa garganta. Con mi poder, manipulando sus emociones, convertí ese miedo en algo enorme, oscuro e irracional.

-¡VETE! -le grité con mi atronadora voz- Estás maldito. Tu serás perseguido por el resto de tus noches, imbécil. Te perderás en los abismos de tu propia impotencia. Acabarás loco. Morirás pronto.

Esa es una linda huella. Durará más de lo que tarda un muerto en descomponerse

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