Eje

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
     es inasible.
Pero (aunque suene mal)
     daría la vida
por diez lugares suyos,
     cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
     fortalezas,
una ciudad deshecha,
     gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
     montañas
-y tres o cuatro ríos.
Alta traición, José Emilio Pacheco


Hoy, ante la suave luz de una mañana nublada, entendí porqué le llaman zorro azul.

Su esponjosa cola de algodón de azúcar pasó como un rayo en la carretera y se perdió de nuevo en el océano verde a los lados. Fue un pequeño relámpago inesperado, iluminó el paisaje un instante, y, aunque desapareció, me dejó con el recuerdo de su imagen deslumbrando mi pupila, imprimendo el recuerdo de nuevos detalles de ese lugar.

El clima y la vegetación no me es familiar, aquí todo parece más agreste, las cosas más grandes, el mundo más salvaje. Pero recuerdo que aún así hay viejos familiares. Lagartijas espinosas no muy distintas de las que correteaban en la barda de mi casa, aves que cantan casi la misma canción, incluso, se dice, pequeñas musarañas que corretean al pie del volcán de la misma forma que otras, muy parecidas, podrían estar rodeando ahora mismo el Xinantécatl o la Malinche.

Tras el breve contacto continúo mi viaje a lo largo de esa carretera enredada alrededor de los lomeríos y cañadas de esta, la punta más alejada del Eje Neovolcánico; y recuerdo que esta cadena de tierra presionada hasta alzarse, y sus montones de magma convertido en roca, y glaciares fundidos hace miles de años, y ríos esculpiendo por eones, ésta sierra inmensa, me conecta con el corazón de México, y por consiguiente, con mi propio corazón.

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